El inicio de una lectura que se hace por placer siempre es acelerado, la curiosidad le hace a uno empezar cargado de un impulso enérgico generado desde el interior. Ya iba por la tercera parte del libro, cuando empecé con el: - ¡Ay Dioooos! ¿Cuándo voy a terminar de leer estooo? - Y así cada vez que pasaba a la siguiente hoja. 600 páginas de recopilación. Cartas escritas entre 1887 y 1904 que le envió Fred a su amigo Fliess; época en la que al parecer la extrema cortesía al escribir era absolutamente imprescindible a juzgar por el contenido, ya que invariablemente cada una trae una buena dosis de lo que hoy consideraríamos ostentosos saludos y despedidas, cosa que no propició fluidez en mi lectura.
Desde el principio tuve claro que no sería un libro que expondría ideas perfectamente aterrizadas, lo abrí mas bien como una oportunidad de entrar en la mente de una de las personas que vaya que rompió paradigmas precisamente en el estudio de la mente. Y, por supuesto además de moverme la curiosidad como dije al principio, me movía la admiración. Sin embargo, al leer percibí como el genio autor de estas cartas avanzaba a cuenta gotas, se contradecía, dudaba, se desviaba, dejaba cosas inconclusas sin mayor remordimiento, se distraía con situaciones personales, problemas económicos, etc; y llegó el punto en que pensé: ¡Vaya que desesperación, cuando va a llegar el Eureka! Y terminé aburrida porque parece que el protagonista no avanza, y el Eureka nunca llegó o al menos no de súbito. Mas bien fueron ideas que maduraron lentamente hasta tomar cuerpo como los vinos.
Cuando por fin terminé el libro, estuve reflexionando sobre si había merecido la pena leerlo o no, sobre todo por que al final no hubo sorpresa, yo ya sabía el final de la historia y en el medio no se había percibido mucha emoción. Bien pude invertir ese tiempo leyendo alguno de sus libros que no he leído y profundizar más los temas, evitándome todas esas idas y venidas dentro del laberinto que muchas veces no le llevaron a ninguna parte. Sin embargo, me dejó una idea latente sobre la que estuve reflexionando un rato, y, después de todo, si hubo algo muy especial que me dejó este libro que no me había hecho sentir otro. La sensación de estar caminando sobre un terreno inexplorado y escabroso, estando además ciego; y mientras se va descubriendo el terreno precisamente hay que armarse de mucha paciencia y perseverancia; porque el éxito puede ser un trayecto largo en él que cabe la contradicción, en el que se puede dudar, errar, y abandonar la idea de ir por otros rumbos porque siendo realistas el tiempo que tenemos no será suficiente para explorarlo todo.
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