Iba paseando una tortuga cuando en su camino se encontró a un conejo que lucía triste y aburrido sobre una roca, decidido a hacer una buena obra, se propuso cambiar el estado de ánimo de su vecino.
- ¿Estás listo para recibir una sorpresa?. - Le dijo la tortuga al conejo, mientras éste último, entusiasmado, abrió los ojos como aquellos que quieren verlo todo.
- ¡Si!. - Replicó con tono eufórico y ansioso.
- Entonces, sígueme.
Caminaron juntos cuesta arriba, hacía la cima de una colina, donde hallaron un escueto canal.
- Hemos llegado. - Dijo la tortuga.
Al conejo no le pareció nada del otro mundo aquel paisaje, y se atrevió a decirle a su compañero, con un tono un tanto desilusionado:
- ¿Esta es la sorpresa?, disculpe Sr. Tortuga que no me sorprenda, de verdad aprecio mucho su esfuerzo pero no puedo sorprenderme de algo que no me sorprende.
- Espera un poco. Esta no es toda la sorpresa, ya viene la mejor parte. - Argumentó la tortuga ante la actitud de su amigo.
El cielo empezó a oscurecer, las nubes se tornaron grises, y una guerra de luces y estruendos se dió justo arriba de ellos; el conejo observó con asombro el espectáculo, de pronto se soltó la lluvia. Se escucharon galopes de algo que venía a gran velocidad, de imprevisto una ola de agua gigante inundó el canal y los arrastró a su trayecto; por su parte la tortuga estaba de lo más divertida, esa era la sorpresa que tanto ansiaba mostrarle al conejo. El conejo sin embargo, estaba asustado, con frío; como pudo salió del agua, al lograrlo le gritó a la tortuga:
- Este no es el tipo de sorpresa que esperaba Sr. Tortuga. Creo que será mejor que me vaya, no la estoy pasando tan bien como usted.
Volvió a la roca donde se encontraba al inicio. Días después pasó un topo y al verlo, se dirigió a él de esta manera:
- ¿Por qué estas tan sólo y aburrido, estas enfermo?
- No, no lo sé. - Respondió el conejo.
- Te hace falta una sorpresa.- Afirmó con seguridad el topo.
Esta vez tenía un poco de duda ya sabía que no todas las sorpresas resultaban agradables, así que actuó más precavido:
- ¿Cómo sé que me sorprenderá?.- Le cuestionó el conejo al topo.
- Ven vamos. - Dijo el topo, también sin titubear.
Ante la aparente firmeza del topo, el conejo decidió seguirlo. Hubo que cavar mucho, hasta que el topo finalmente dijo:
- ¡Basta! Hemos llegado.
El conejo que no podía ver nada, se sintió otra vez desilusionado:
- No puedo ver nada Sr. Topo.
El topo extasiado mostrándole todo, le contestó:- No siempre se trata de ver conejo, sino de sentir. - , mientras abrazaba y olía con mucha emoción la tierra que le rodeaba.
- Suena sensato.- Pensó el conejo, se acercó a la tierra, la abrazó y la olío como lo hacía el topo, pero al conejo eso no le soprendía, eran cosas nuevas y extrañas sin duda, aún así no era la clase de sopresa que le cambiaría el ánimo. Agradeció y se despidió del topo.
Regresó a su roca. Durante días, como antes lo había hecho, se preguntaba: - ¿Cómo se recupera la capacidad de asombro?, ¿cómo se puede ver con otros ojos la vida?
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