"Lo que distingue a la conciencia de sí mismo del mundo natural no es la simple contemplación en que se identifica con el mundo exterior y se olvida de sí misma, sino el deseo que puede sentir con respecto al mundo."
El hombre rebelde - Albert Camus.
Admito que no me fue sencillo digerir estas líneas la primera vez que las leí, me hicieron cuestionarme sobre esa fuerza interna que me mueve a actuar de una forma y no de otra; en "El hombre rebelde" Albert Camus lo define, basado en la filosofía de Hegel, como deseo. Más adelante, de esta frase, hace una distinción entre el deseo inconciente, el cual se refiere al deseo derivado de las necesidades básicas (hambre, sed, sueño, ...) y el deseo conciente que lo resume como el deseo de ser reconocido por otra(s) conciencia(s), lo que nos distingue de los animales. Concluye en que ésto deriva en una lucha, en la que uno es capaz hasta de arriesgar la vida por tal reconocimiento.
Mi opinión es que en estas líneas se da por hecho que el deseo debe ser satisfecho, ¿pero qué pasa si decido renunciar a él?, quizá suene como un sueño utópico, pero si en la sentencia se dice que lo que distingue a la conciencia del mundo natural es el deseo, eliminar el deseo resultaría en la eliminación de dicha separación, lo cual no es diferente a lo que muchos guías espirituales han predicado.
Para fines prácticos, en lo que a mi experiencia respecta, efectivamente he notado que resulta reconfortante renunciar a un deseo cuando ya no lo dominamos y este nos enferma de tal forma que nos ha convertido en su esclavo. Llegar a esa renuncia puede ser un camino desagradable y agotador, sin embargo, vale la pena el esfuerzo para reencontrarse en paz y libertad.
" Raskolnikof - ¿Qué tengo ante mí? Juez - ¡La vida! ¿Es acaso profeta para saber lo que le reserva? Busque y encontrará. Tal vez Dios le espera en esta ocasión. Además, no será eterno el castigo." Crimen y castigo - Fiódor Dostoyevski. Una pequeña historia Iba paseando una tortuga cuando en su camino se encontró a un conejo que lucía triste y aburrido sobre una roca, decidido a hacer una buena obra, se propuso cambiar el estado de ánimo de su vecino. - ¿Estás listo para recibir una sorpresa?. - Le dijo la tortuga al conejo, mientras éste último, entusiasmado, abrió los ojos como aquellos que quieren verlo todo. - ¡Si!. - Replicó con tono eufórico y ansioso. - Entonces, sígueme. Caminaron juntos cuesta arriba, hacía la cima de una colina, donde hallaron un escueto canal. - Hemos llegado. - Dijo la tortuga. Al conejo no le pareció nada del otro mundo aquel paisaje, y se atrevió a decirle a su compañero, con un tono un tanto desilusionado: - ¿Es
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