Hablar sobre la mentira nunca es agradable, aunque es bien sabido que todos mentimos, y que algunas veces es necesario. Por ejemplo, la otra noche estaba viendo Los niños de Irene Sandler, una película sobre una trabajadora social que decide esconder niños judíos para salvarlos del exterminio nazi, para lo cual debe mentir en más de una ocasión; o el famoso caso de Galileo Galilei donde se retracta ante la Santa Inquisición sobre su teoría heliocéntrica para no ser acusado de herejía. El escenario que presenta Dostoyevski en esta historia es diferente, en cuanto al origen que mueve al ser humano a mentir; el contexto de la cita de este post es el siguiente: Se ha cometido un crimen, el juez aún no tiene pruebas de la culpabilidad del sujeto, con quien está teniendo una charla, intenta presionarlo para que confiese mientras que el responsable quiere evadir su castigo mintiéndole.
Al leer este diálogo recordé una lección que aprendí en mi clase de trigonometría cuando iba a la preparatoria; cabe mencionar que lo que aprendí ese día no fue sobre matemáticas. Llegó un compañero agitado al salón de clase, entonces los profesores solían advertir con firmeza: "Después de mí, ya nadie entra"; cada falta significaba menor calificación al final del semestre, así el compañero estaba un poco angustiado al llegar a la puerta del salón y ver al profesor escribiendo en el pizarron. Aún viendo esto, se armó de valor, pasando a darse esta conversación entre los dos:
- ¿Puedo pasar ingeniero?. El maestro detuvo su tarea, volteó hacía donde estaba el muchacho y con mucha serenidad contestó: - Ya pasan 20 minutos de la hora de entrada, ¿conoce la regla no?. - Si, si sé; pero tuve que ir al baño. Con un tono sorpresivo el maestro replica: - ¿Estuvo 20 minutos en el baño?. Curioso, me pareció verlo sentado en la cafetería platicando y comiendo muy agusto justo al venir yo hacia acá. El chico no pudo evitar hacer gestos denotando que le habían descubierto. (En ese momento la mayoría nos reímos, nada personal, en ese entonces nos reíamos de casi cualquier interacción alumno-profesor). Con toda la pena que le invadía volvió a preguntar: - ¿Puedo pasar? El profesor esta vez con un tono más serio: - Si, pase, puede tomar la clase, pero no le quitaré la falta y no intente engañarme de nuevo. El chico más apenado aún: - Si esta bien, discúlpeme. A lo que finalmente el profesor contesta: - No se preocupe, así nos vamos conociendo.Ese día me intrigó que el profe no se hubiera enojado, otros profesores quizás le hubiesen gritado a mi compañero, o cerrado la puerta en la cara, aunque suene exagerado había algunos que tenían ese estilo; yo con mi madurez de aquel entonces hubiera hecho algo similar descargando cierta ira contra el muchacho, a nadie le gusta sentirse engañado. Pero ese actuar que presencié aquella tarde cambió mi forma de percibir la mentira; donde noté se puede hallar la oportunidad de conocer mejor la respuesta de las personas ante las circunstancias. En estos escenarios el motivo del mentir es el no querer aceptar las consecuencias de previos actos. Ahora también tengo claro que el motivo es de lo más importante, si vamos a mentir que sea de un modo original, con conciencia de nuestros valores teniendo en mente si, la metira es para el bien común o sólo estamos tratando de evadir alguna responsabilidad en nuestra vida, que a la larga algún día deberemos enfrentar; y por su puesto sabiendo de antemano que debemos aceptar las propias consecuencias de haber mentido.
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