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Curarse (Parte 5/6)

"Pero lo que al ego le resulta más difícil de comprender es que los enfermos mismos, con la mayor frecuencia, no tengan la menor sospecha de que en su inconsciente se ha desatado una guerra civil."

Las relaciones entre el yo y el inconsciente - Carl Gustav Jung.


CAMINO AL SUBTERRÁNEO


PARTE V: CALMA


El viejo se ha ido a otro lado del subterráneo, imagino quizo darme un poco de privacidad, hay lugares aquí que aún no he visto. Ya casi no quedan más que repentinos sollozos del llanto cuando le veo regresar con una taza de té caliente, además se ha lavado la sangre y colocado algunas hojas sobre la herida; me ofrece la taza, me limpio los ojos y la nariz con la camisa antes de tomarla, el calor en la porcelana entibia mi brazo, eso combinado con el aroma que se desprende del té terminan por calmarme, es lo más parecido a recibir un abrazo en estos momentos, doy pequeños sorbos al té. Él me observa en silencio por un rato y una vez que me he tranquilizado, dice:

– Ahora si es oportuno que vayas a hacer lo que deseas –, con un ademán me indica la salida.

Me dirijo sereno, hacía la escalerilla del pozo, mientras ando por los pasillos, medito sobre lo que ha sucedido, me siento diferente aunque no puedo figurar con claridad cómo es que llegué a tal sentimiento, mucho menos porqué me ha quedado la impresión de que todo está bien; ha sido como una sacudida de polvo en mi cabeza que ha reubicado mis pensamientos dejándome una sensación de ligereza. Al salir de la casa la luz me da directo a la cara, el picor de los rayos del sol cubre mi piel, camino sobre la arena que me quema los pies, pero aún así no corro, ni intento apartarme del calor, al contrario, aprecio tocarla. Nunca había salido a esta hora de donde el curandero: el sol, la arena, el olor del mar, el sonido que produce la espuma de olas, son intensos ahora, la experiencia es tal que capto mis sentidos despiertos a un nivel más alto, percibo todo y no aborrezco nada, no trato de huir, es como haber renacido. En el taxi veo los edificios, son cosas que ya he visto antes pero a la vez son diferentes, esta nueva percepción casi infantil me permite volver a asombrarme de cosas de las que ya creía estar cansado o aburrido. Hoy parecía un día cualquiera al despertar, pero no lo ha sido, he descubierto en la mirada del anciano la raíz de mis problemas, y poder verla con claridad aún sin que se revuelva nada me ha dejado la impresión de ya no estar perdido.

Llego al hospital. Subo por amplias escaleras cubiertas de mosaico color marfil, hasta atravesar la enorme puerta que se abre de forma automática, ubico la recepción y me dirijo a la hermosa chica que se encuentra detrás del escritorio.

– ¡Qué tal buena tarde!, ¿me podrían dar informes sobre la señora Lila Monroy? –

– Buena tarde. ¿Qué parentezco tiene usted con la señora? –, me ha preguntado con voz melodiosa.

– Soy su hijo. Busca información en la computadora, espero con impaciencia.

– Ella se encuentra en el cuarto piso, habitación 402, vaya y allí le darán más información sobre su estado de salud. De este lado, hacía a las macetas, se encuentran los elevadores. – Mueve su cuello a la izquierda y levanta la mano señalándome el camino; con una ligera sonrisa concluye su cordial intervención: – ¡Que tenga buen día!.



Camino hacía el elevador y presiono el número 4, hay varias personas aquí, en mi cabeza los escucho juzgarme por lo desaliñado que luzco, sé que es mi imaginación pues los accidentes lo toman a uno desprevenido, seguro no soy el único deprimido mal vestido, de cualquier forma me coloco lo más cerca de la puerta evitando así cualquier contacto accidental; casi de manera simultánea, también preparo mi mente para las malas noticias, anhelando con fervor que no sea el caso. No puedo callar tantas voces, respiro profundo y quedo impregnado del olor a antiséptico, típico de los hospitales, logro así obtener unos instantes de silencio, pues mis pensamientos son sustituidos por recuerdos de las veces que he visitado hospitales, al final de las memorias: la imagen de la recepcionista. No es que tuviera una particular belleza la muchacha o que me hubiese quedado prendado de ella, es mas bien, que pude verle detalladamente, apreciar sus gestos delicados, aún con todo lo sucedido. Al fin, Yoani había quedado relegada de mis pensamientos; y eso supone una victoria contra aquel inocente hábito que poco a poco convertí en vicio. Se abre la puerta del elevador, salgo notando el contraste que hay de iluminación, comparado con la oscuridad de la que vengo. Entonces, regreso a mi mayor preocupación, la salud de mi madre, dentro del cuarto 402 se encuentra mi tía con una enfermera, mi madre está con los ojos cerrados, mientras la enfermera está suministrándole alguna medicina vía intravenosa; con terror me pregunto: ¿estará bien?, ¿se repondrá?, ¿esta dormida o muerta?; se produce una especie de corto circuito en mi cerebro, me olvido de saludar y soy directo.

– ¿Cómo está?.

– Esta bien hijo, pero la tendrán en observación. Se le bajó el azúcar. Responde mi tía casi murmurando. Me contagia su tranqulidad.

Le digo intentando ser amable. – Si quiere vaya a su casa, para que descanse y se reponga del susto, yo me quedaré con ella. Gracias por traerla.

Ella asiente. – Si me iré a descansar, cuídala mucho – . Se despide de mí con un beso.

Me acomodo en una pequeña silla al lado de la cama mientras mi madre duerme. Examino con atención como lo que ayer parecía importante hoy ya no lo es, y seguro lo que hoy es, mañana no lo será más, ¿qué es lo trasciende?, busco con ahínco una respuesta, que me es imposible encontrar. Tal vez yo no lo sé pero... ¿puede que el brujo lo sepa? Mi vida es la misma, nada ha cambiado, sigo siendo un patético desempleado, enamorado no correspondido, que pasa la mayor parte de sus días divagando; sin embargo, ahora pese a todo, estoy tranquilo, ¿habrá puesto alguna droga en mi té el viejo? No, no lo creo. Ella despierta:

– ¿Cómo te sientes?.Me acerco preocupado.

– Bien, ¿qué pasó?.

– Te desmayaste, pero vas a estar bien, necesitas descansar hoy, y mañana nos iremos a casa, te han recetado algunas medicinas.

– ¿Te preocupe? – Me pregunta de una forma que, la percibo más preocupada por mí que por ella misma.

– Si un poco, pero vamos a estar bien, sólo tienes que... comer más cereal – Bromeo con ella para que se calme y vea que en verdad todo está bien.

Sonríe, me mira a los ojos, examina mi cara, un tanto desconcertada dice:

– Luces distinto, no sé, es algo en tu mirada, tienes mejor semblante que la última vez que te ví, me da gusto por ti, hijo –, sonrío. Yo también lo siento, es como si me hubieran regalado otros ojos; el que ella lo haya notado también me confirma que no he estado delirando. Le aprieto fuerte la mano, quiero con esto hacerle sentir lo mucho que significa para mi.

– He seguido tu consejo y he ido a ver al curandero, de alguna forma que aún no comprendo ha sanado algo en mí–; también aprieta mi mano.

– ¡Qué bueno Paco! sabía que podrías salir adelante, eres un hombre fuerte.

Paso la noche, en la silla incómoda del hospital, es lo menos que puedo hacer por la mujer que me ha cuidado tantos años.

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