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Curarse (Parte 6/6)

"Por eso siempre es mejor, en vez de hacer la guerra contra sí, aprender a soportarse, y en vez de elaborar inútilmente en fantasías las dificultades internas, llevarlas a la vivencia real. Así por lo menos uno vive y no se consume en luchas infructuosas."

Las relaciones entre el yo y el inconsciente - Carl Gustav Jung.


CAMINO AL SUBTERRÁNEO


PARTE VI: IDENTIDAD




He pasado una semana en casa de mi madre, no tengo mucha experiencia haciéndome cargo de alguien mas, así que hago lo mejor que puedo; a veces no estamos de acuerdo en algunas cosas pero ya no me desquicio, ya está recuperada totalmente, aún sigo aquí pues ha sido agradable convivir estos días. La sensación de descubrimiento que tuve al salir de la casa del viejo la última vez que fuí se ha ido desvaneciendo hasta estar casi imperceptible por completo, intento aferrarme a ella pero no lo consigo, se está yendo y no puedo hacer nada para impedirlo. Debería ir con él a preguntarle, ¿qué está sucediendo?, pero siento vergüenza después de haberle golpeado y dejado olvidado todos estos días, quizás este enojado; quizá no, me cuesta trabajo predecir su comportamiento, es un hombre muy extraño. Debí regresar después de haberle lastimado, ahora me siento: culpable, egoista e inhumano. Ha vuelto a ser injusto mi trato con él. Volveré a mi departamento mañana, quizás en soledad pueda tener ideas más claras de lo que debo hacer.

He decidido asear un poco el departamento, he pasado al súper por algunas cosas para hacerlo camino de casa de mi madre. Abro todas las ventanas y empiezo a recoger el tiradero. Al terminar me siento en el sofá exhausto de las labores de limpieza. Estar tranquilo, tener todo ordenado no es suficiente, falta algo; presiento que se me está acabando la anergía y pronto volveré a mi estado lamentable y depresivo. No soporto más, salgo impulsivo a media tarde a verle. Encuentro el trayecto desolado, no por falta de gente, veo reflejado mi humor en esa realidad. Aquí estoy de pie otra vez frente a la casa del brujo esperando una cura para mi alma. Entro y observo los objetos de la casa sin incertidumbre, sin miedo, aunque me siguen pareciendo interesantes, no del interés que evoca el misterio; ya no, ahora nace de la valía que observo en ellas. Encuentro al viejo al fondo hincado sobre un tapete de palma muy colorido, hojea un libro mientras bebe una infusión, espero a que se de vuelta, pues está dando ligeramente la espalda hacía la entrada donde me encuentro; necesito ver su rostro e intentar interpretar sus gestos, voltea, pero no hace ni una mueca, ni siquiera parece que mi presencia le sorprenda.

– ¡Hola! ¿Cómo ha estado? Puedo ver que le ha sanado la herida –. Trato de ser amable y cuidadoso al hablarle, vuelve su mirada al libro con cierta indiferencia continúa pasando las hojas con movimientos suaves. Se produce un silencio incómodo, al menos para mí.

– No te preocupes. Sabía que vendrías. Te esperaba –. Dice con una voz tenúe y bien articulada.

– ¿Sabía que volvería? –. Le pregunté algo asombrado.

– ¡Claro! Siempre lo hacen, ahora sabes que soy el único que puede proveerte de algo que nadie más puede. Así que volverás, aún en contra de tu raciocinio, una y otra vez vendrás, no te detendrán el orgullo, los prejuicios, el dolor ... la vergüenza. Y está bien, ya te había dicho que estoy de tu lado, no comprendo porqué no ha crecido tu confianza.

Sé que la paz que se precibe de mi voz dista mucho de la suya, así que intento ponerme a tono.

– Todo esto parece tan irreal –. Permanecimos en silencio otra vez un rato, él seguía hojeando su libro. – Eso que sentí aquel día, ¿fue el efecto de alguna hierba? Interrumpí abruptamente.

– Lamento decepcionarte muchacho, pero la verdad es que... no.

– ¿Qué debo hacer para conservar esa sensación?

– ¿Qué sensación?.

– Esa que eleva los sentidos.

– ¡Oooh eso! Pues ... llevarme contigo.

– ¿A dónde?

– Allí donde pierdes el sentido.

Me siento en el tapete frente al viejo, y le miro fijo; – ¿afuera? ¿usted conmigo? ¿en donde vivo? –, él afirma con un leve movimiento de cabeza y cerrando los ojos, con calma me sirve una taza de té. – ¡Demonios! – Hubiera preferido volver con el palo, pienso aunque no lo digo.

– No, no sabes lo que dices, allá fuera no es lugar para ti, necesitas cuidados, no es que quiera ofenderte pero ya eres anciano, y ... para ser sincero luces mmmm... singular. La gente en la ciudad puede ser cruel. Yo puedo venir aquí a verte cuando sea necesario.

– Entonces, no puedo ayudarte más. Es simple, si quieres que te ayude allá, tienes que llevarme allá.

¡Demonios! su argumento suena legítimo.– La verdad, la verdad señor es que apenas puedo conmigo.

– No voy a rogarte... "Francisco Hermida", has venido a preguntar algo y te he respondido, lamento que no te gustara la respuesta.

– Ok, esta bien, si lo llevo conmigo, ¿qué hará usted allá afuera?

– No lo sé.

– ¡Vamos!, no pretenderá que lo lleve conmigo, a mi vida, sin ninguna garantía. ¿Qué pensaran de mi, mi madre, mi familia, mis amigos?

– Lo mismo que ahora, que eres un loco, inestable, fracasado. Con la diferencia que tú ya no pensarás eso de ti mismo. Sentirás el corazón otra vez vivo, el alma vigoroza, la libertad de ser como cuando eras niño, con la diferencia que ahora "sabes cosas".

"El corazón vivo" retumba en mi cabeza esa idea, el viejo me ha convencido, ha escarbado sagaz entre mis superficiales deseos hasta llegar al más profundo y verdadero. Me quedo sin habla. Aún tengo miedo, procuro pensar, no hay nada que pensar en realidad sé que tiene razón y no hallo otro motivo a mi falta de coraje para hacerlo que no sea mas que miedo a lo desconocido, entonces me rebelo a la cobardía que me ha asediado todos estos años:

– Esta bien, lo llevaré conmigo. Respondo decidido.

Cierra el libro, se levanta del tapete recoge las tazas y camina hacía la salida.

– ¿Ahora? Pregunto sorprendido.

– ¿Porqué no?

Me levanto, tomo una vela y le sigo. Al llegar a las escalerillas lo detengo del hombro y le pregunto: – ¿Está seguro?

– Sí, ¿y tú?

Afirmo con la cabeza, mientras me preparo para subir primero por la escalerilla, otra vez me tiemblan las piernas y los brazos al llegar por fin fuera del pozo volteo y detrás de mí no está al viejo. Me asomo al fondo colocando con prudencia la vela y no le veo, entonces, grito:

– ¿Se encuentra bien? Nadie contesta, esta muy oscuro pues es de noche afuera. Vuelvo a gritar – Señor, ¿está bien? –, silencio total. Bajo otra vez y recorro todo el camino a prisa, voy gritando por el pasadizo pero nadie responde, hasta llegar a la habitación donde tomabamos té, donde tampoco lo encuentro. Vuelo a salir del pozo, al hacerlo noto algo diferente en mí, no en mi cuerpo sino en mi mente. Me siento completo, y entonces comprendo entre otras cosas que el espiritú del anciano vive ahora en mí, su voz forma parte de mi identidad, se han dirimido nuestras diferencias, ya no reniego mas lo que el representa. Por su puesto que le llevo conmigo, puedo sentirlo. Salgo de aquella casa orgulloso como quien ha ganado una batalla. Camino descalzo en la orilla del mar bajo la penumbra, siento el agua fresca deslizandose bajo mis tobillos pues ha subido la marea, al fondo las estrellas sobre el inmenso océano portador nocturno de un color casi negro métalico. Al frente, la luz de una enorme luna llena, que esta noche me sirve de faro.

FIN


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