CAMINO AL SUBTERRÁNEO
PARTE II: DESAFIANDO LA RUTINA
Desde que se fue mi madre ayer por la tarde, no me he vuelto a levantar de la cama, hoy estuve todo el día sólo dando vueltas; en ocasiones tomo el celular y veo las publicaciones que hay en redes sociales; tengo la mente inundada de frases e imágenes que veo ahí, me provocan en cierto grado repulsión, pero de cualquier forma lo sigo haciendo. Recuerdo cuando aún tenía empleo y debía pasar los días ideando estrategias para utilizar en las campañas publicitarias: estar todo el tiempo al tanto de lo que estuviera "in", al pendiente de los comentarios de clientes inconformes, crear la marca del producto que todo el mundo querrá. Se habitúa uno tanto a la forma de pensar con la que trabaja que después esta se convierte en un proceso automático. – "Si la propia investigación de la compañía no hace un producto obsoleto otra lo hará – ." Utilicé más de una vez esa frase de Levitt para impresionar a mis jefes, funcionaba, para asegurar la impresión además solía concluir con: – "El cambio es la única constante" – . Banal palabrería. Heme aquí ahora con el cuerpo entumido de estar en la misma posición.
Debo moverme, salir a estirar las piernas o algo, mis músculos se sienten engarrotados al punto que, estar acostado ya comienza a ser molesto; no será hoy, pues es tarde, lo sé porque ya las cortinas han cambiado su color a un tono más oscuro. Me dispongo a dormir, sólo que ya no me resulta fácil, hasta en esto se refleja la falta de sincronía de mí con el mundo. Me dedico entonces a observar las sombras en la pared, cuando aparecen en mi mente como destellos, imágenes de la playa por donde sé se encuentra el curandero; ayer cuando hablabamos de él, tuve la misma visión. Hace tiempo que no paseo por esos lugares, En mi memoria lo tengo grabado como un lugar sereno, quisiera volver a tener esa sensación. – ¿Será que estoy considerando ahora ir a ver al brujo? – No, no, no, nada de eso, es el mar y sus olas lo que yo busco.
Son las 6:30 a.m. Me he despertado sin ayuda de la alarma, quizá por el fastidio de seguir en cama, sin ahondar mucho en el asunto me levanto, ya estoy harto de estar aquí tirado. El día será soleado al parecer, he decidido ir a dar un paseo por la playa, cabe la posibilidad de que me asome por la casa del curandero. Cuando era niño solía pasar por esos rumbos con mis padres, al dirigirnos a alguna playa alejada de la zona turística, a ellos les gustaba alejarse del ruido citadino de vez en vez. Recuerdo que la casa del brujo estaba adelante de las palapas de los pescadores, era extraño ver las chozas y luego un tramo mas adelante, como guardando distancia, aquella casa en medio de la nada. Alguna vez escuché que era propiedad de un investigador del mar, un oceanógrafo o un biólogo marino pudiera ser, quien siendo viejo le dio asilo al curandero, y ya que éste lo cuidó hasta sus últimos días, al morir el viejo le dejó la casa y todo lo que había en ella. Nunca vi al curandero las veces que pasamos por la zona, hasta ahora que mi madre lo ha mencionado, pensaba que sólo se trataba de una casa abandonada que usaban los papás para amenazar a sus hijos, pues solían decir: – Si no se comportan los dejaremos ahí con el brujo –. En fin, me doy un regaderazo, me pongo una playera, está deslavada, pero es la única limpia, una bermuda que tiene tanto tiempo que no uso que he debido buscarla debajo del montón de ropa clasificada como de "Eventos Especiales", por costumbre me calzo los tenis, noto mi torpeza, – mejor llevo sandalias –. Salgo del departamento, con mis gafas de sol, con la firme convicción y alivio de haber dejado atrás el cuchitril en el que vivo para otra ocasión.
Tomo el autobús, me parece que es la mejor opción para llegar allá, hace tiempo que no subía a uno, elijo un asiento junto a la ventanilla y al avanzar revivo mis días de estudiante, recuerdo con nostalgia cuando mis preocupaciones eran distintas, y aunque tenía, eran pequeñas comparadas con las grandes esperanzas en el futuro que guardaba, a diferencia de ahora que sólo guardo una esperanza casi extinta, agonizante. Observo como ha cambiado todo, quisiera recobrar esa sensación de aún tener toda la vida por delante, sólo que, conservando todo lo que he aprendido gracias a la experiencia que me ha dado los años, sé que es ilógico e incongruente mi deseo, pero el saberlo no hace que se esfume. Llego a la parada donde debo bajar, lucen nuevas construcciones en el lugar, pese a ello lo reconozco muy bien y sé exactamente la dirección en la que debo andar. No se puede ver el mar desde la carretera, hay que atravesar algunos árboles y arbustos; antes de cruzarlos, temo que una vez hecho no reconozca más el camino. Observo muy bien una pequeña vereda que se ha formado de las huellas que otros han dejado al pisar la hierba, ahora sé que es mas frecuente de lo que pensé tomar esta ruta. Para mi alivio, todo sigue igual, no hay nada alrededor mas que la arena y el mar, hoy se ve cristalino por los rayos del sol que se reflejan en sus aguas tranquilas; su olor, respiro, ya había olvidado lo particular que es. Me quito las gafas para poder apreciar mejor la vista. Las gaviotas revolotean a lo lejos, lleno mis pulmones del aroma.
Después de haber disfrutado un momento el paisaje me dirijo a la izquierda, pasado un rato, me doy cuenta que en esa dirección está la casa del curandero, no sé si fue casualidad o producto de mi inconsciente que haya tomado ese rumbo, aún así, falta mucho por llegar, no estoy convencido de tener la energía suficiente para ir tan lejos, me pregunto, – ¿Qué sentiré ahora al ver esa casa? ¿Me provocará los mismos escalofríos que cuando era pequeño? – . Continúo sin prisa, disfrutando el viaje. Logro ver la casa, es apenas un punto en la distancia, la curiosidad me gana, sigo caminando con la idea de verla un poco más de cerca, conforme avanzo puedo apreciar que tiene la misma estructura solo que se le ve descuidada, vieja. No puedo ya sacarla de mi mente, en realidad ya quiero llegar, acelero el paso, pero es difícil andar a prisa en la arena, las sandalias se me llenan de ella y debo detenerme continuamente a sacudirlas, – será mejor ir descalzo el tramo que falta–, me digo. Me detengo justo frente a la casa, parece estar completamente deshabitada, ya ni siquiera tiene puerta, sólo quedan vestigios de que hubo allí unas abrazaderas que la sostuvieron. – ¡Que desilusión! –, hecho un vistazo desde afuera, se ven cosas adentro, me acerco más y sí en efecto, hay cosas; una mesa con un barco a escala puedo ver desde aquí, – ¿cómo podría seguir allí si ya nadie vive en esta casa?, los ladrones se lo habrían robado sin duda –, me pregunto si es posible que viva aún el brujo y la gente le tenga miedo, esas personas suelen ser excéntricas, seguro es del tipo que no le importaría no tener una puerta. Dudo si debo entrar, después de todo, ya no soy un niño, y él es un viejo, – ¿qué es lo peor de podría pasar? – , así que entro sin más, está oscuro y polvoso, hay cuadros colgados en las paredes con fotografías y algunos con esqueletos de peces, otros más con conchas y corales; resulta interesante todo lo que hay en este sitio; también puedo ver peceras, ya no tienen peces ni agua, pero aún conservan la descripción de lo que solía haber en ellas, hay mucho que ver y que leer, doy vueltas viendo todo. Cada vez me convenzo más de que alguien vive aquí, al fondo de esta sección hay otra entrada, es posible que lleva a lugares más íntimos de la casa, no soy capaz de ir hacía allá aunque en realidad lo único que me lo impide es la probabilidad de ser descubierto y que resulte incómodo. – ¡Listo, basta!, basta de especulaciones, ten una entrevista con él, ya estás aquí y si no lo haces no podrás sacártelo de la cabeza en mucho tiempo –, me habla tajante una voz interna, – serán sólo tonterías, cosas de brujos, pero es necesario palpar, vivir la insensatez, para despejasrse las dudas y poder seguir adelante –. Es curioso como antes le tenía miedo al brujo y ahora estoy considerando pedirle ayuda. Entonces escucho al fondo un ruido, estoy completamente seguro, pues al tiempo que he estado husmeando todo, no he desviado mi atención a aquella entrada esperando que alguien aparezca. Apresuro mi saludo a gritos antes que se vaya quien sea que ande ahí, ya he esperado lo suficiente como para perder la oportunidad. – ¡Hola! Buenos días. Se oye más ruido como de alguien atareado tropezando con cosas. Repito con más fuerza: – ¡Hola! Buenos días –. Una voz responde a gritos a lo lejos esta vez: – Sí, si ya te escuché, pasa.
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