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Curarse (Parte 3/6)

"... es evidente que ninguna sugestión, buena voluntad ni comprensión puramente reductiva ha ayudado a quebrantar la fuerza del inconsciente."

Las relaciones entre el yo y el inconsciente - Carl Gustav Jung.


CAMINO AL SUBTERRÁNEO


PARTE III: EL BRUJO


Hay un momento decisivo entre seguir adelante, o sólo largarme antes de que llegue el viejo. Vuelvo a escuchar sus gritos:

– Pasa, estoy un poco ocupado y no puedo ir arriba .

Como cuando estas seco y vas a colocarte debajo del chorro de agua fría en la regadera me preparo para entrar a la siguiente habitación, intento de inmediato ubicar al curandero pero no logro verlo, hay una puerta al jardín trasero y muchas ventanas en esta habitación, está mucho más iluminada que la anterior por los enormes ventanales, se puede ver el patío con vista al mar. Desde aquí tampoco consigo ver al viejo en el patío. De repente escucho su voz más cerca:

– ¡Baja! Estoy aquí abajo .

– ¿Abajo de dónde? – Me digo desconcertado susurrando pues no quiero que me escuche y se de cuenta que estoy un poco asustado por no verle, tengo toda clase ideas locas, como que podría ser un fantasma, o que, mediante algún tipo de telepatía él se comunica conmigo; le sigo buscando, tratando de ir hacía donde creo proviene el sonido, eso me lleva a rodear una mesa de concreto que hay en el centro de la habitación, entonces veo un pozo, allí en medio de todo cubierto por la mesa. – ¡Qué extraño! – , aunque el pozo es amplio y no soy claustrofóbico no me parece buena idea bajar. Me tiro al suelo boca abajo para obtener mayor noción de la profundidad, al fondo está seco y no se ve nadie, debe haber un túnel para llegar al viejo; presiono con la mano el primer escalón y confirmo que esta firme. Grito una vez más – ¡Hola! –, en verdad no quiero bajar a menos que sea necesario, nadie contesta, pero continúa oyéndose ajetreo. Me siento junto al pozo y espero un rato, con suerte termina de hacer sus cosas y sube, así me evito la pena de bajar y toparme con sabrá dios que cosas. No sé cuánto tiempo ha pasado, ya no se oye movimiento, pero tampoco él ha subido. Empieza a sentirse el ambiente bochornoso. – Ya hay que acabar de una buena vez con este asunto –, me digo mentalmente con fastidio comenzando a descender.



El nerviosismo domina mis extremidades y me es complicado hacer cada movimiento, la escalerilla tiene aspecto de no acabar, avanzo lento, hasta que puedo alcanzar terreno plano, desde aquí me doy cuenta que no han sido en realidad tantos escalones ha sido el miedo que ha hecho ver el tramo complicado. En efecto hay un túnel, el cual continúa descendiendo, por fortuna en esta sección ya hay escalones amplios hechos de tierra, palos y piedras, la oscuridad es mitigada por unos candiles que se hallan a la altura de mi cabeza en las rudimentarias paredes de un pasillo, también hay algunos objetos colgados, se me figuran amuletos, no sé que significan, pero reconozco una cruz y una estrella de david de entre todos ellos, conforme avanzo, el pasadizo se hace más ancho, es más largo de lo que esperaba. De pronto ya no hay candiles y todo sería negro si no fuera por una tenue luz que se vislumbra lejos, escalosfríos estremecen mi cuerpo, ya no estoy seguro de querer seguir, alguien viene, un hombre vestido de blanco con una vela, camina hacía mí tranquilo, al estar cerca observo que un crucifijo cuelga de su cinturón, por alguna razón estoy convencido que es un sacerdote, el también me observa mientras camina, al topar conmigo, no emite más que, de forma cortés:

– ¡Qué tal, buen día!, ¿necesitas la vela?, yo ya conozco el camino.

Asiento repetidamente con la cabeza sin decir palabra, le miro fijo a los ojos intentando descifrar en ellos algo que me indique si debo tener cuidado al ir allá de donde él viene, pero sólo es paz lo que puedo ver en su mirada, tanta que de inmediato me han abandonado los escalofríos. Ya con vela en mano, me reincorporo a mi destino con mayor celeridad.

Al fin llego a la recámara donde se halla el curandero, quien me observa con genuina familiaridad. Su rostro no me es del todo desconocido, sin embargo, no logro remembrar cuando o donde le he visto, de mi infancia será el fugaz recuerdo quizás.

– Pasa, pasa, te he estado esperando desde hace tiempo –, dice él con aire jubiloso.

Me acerco para saludarle y presentarme.

– Soy Francisco Hermida, mucho gusto.

Él toma mi mano amablemente y me da un fuerte apretón; sin embargo, no me dice su nombre, así que no me queda más que preguntar. – ¿Y usted es?, perdón no escuché su nombre – , no sé porqué he dicho esto último, si estoy seguro que no ha dicho su nombre.

– Yo... no tengo nombre – , me responde con la mayor normalidad, como si no fuera importante y añade después de una pausa, – no lo necesito – . Lo observo con detenimiento cruzo las manos sobre la cabeza e inclino los codos un poco hacía atrás, lanzó una mirada breve hacía arriba y pienso: – ¡Aquí vamos, comienza la charlatanería! – En verdad, no quiero sonar maleducado con el anciano, tiene un aspecto gentil, trato de ocultar mi incredulidad y ecuánime lo cuestiono:

– ¿Y cómo debo dirigirme a usted, entonces?

– Como gustes: anciano, viejo, brujo, oye; si necesitas que tenga un nombre este podría ser... Francisco Hermida, supongo...

– ¡Diablos! Creo que necesitaré más paciencia con el viejo de lo que supuse –. Me digo, mientras intento conseguirla. Hago a un lado el tema del nombre, no parece que vayamos a llegar a ningún lado con eso, intentaré llevar la conversación por otro camino, espero que se comporte más razonable.

– Mi madre, me dijo que viniera a verle, que usted podría ayudarme con unos problemas que tengo.

– ¡Oh!, si claro, ya estabas tardando en venir, he intentado hablar contigo desde hace tiempo, pero eres un chico muy necio; ocupado quise decir.

– Bueno, ya estoy aquí. ¿Mi madre se puso en contacto con usted, y usted le pidió que me dijera que viniera, correcto?

– En realidad, yo me puse en contacto con ella, o algo así.

– ¿Y ella le platicó de mis problemas?

– No me dijo nada que no supiera.

Al viejo le gusta ponerse misterioso, o quizá sólo está senil. Lo dejaré decir todas las locuras que se le plazcan, tal vez aún pueda sacar algo bueno de todo esto, al menos una risa. Prosigo con seriedad el interrogatorio:

– ¿Y bien, cómo puede usted ayudarme? –, si me pide un centavo me largo. Lo miro a los ojos en espera de su respuesta. Él toma una escoba vieja que se encontraba cerca, a su derecha, le remueve el mechón de ramitas y me entrega el palo. Lo tomo sin poder controlar la extrañeza en los gestos de mi cara. Intento consegir tener alguna remota idea de para qué demonios pudiera estarme dando un palo, la única asociación que logro concebir es que el palo sea la versión barata de una varita mágica; si lo es, sería como estar en una película de fantasía de bajo presupuesto. En verdad espero que no sea el caso, de serlo no sabría si reir o llorar.

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