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Curarse (Parte 4/6)

"Hay objetivos anímicos que están más allá de los conscientes, y que incluso pueden oponerse a éstos de manera hostil."

Las relaciones entre el yo y el inconsciente - Carl Gustav Jung.


CAMINO AL SUBTERRÁNEO


PARTE IV: CREER


Me ha pedido el viejo que lo siga y lo obedezco, que me haya dado el palo de la escoba es en cierta forma reconfortante, no creo que esté planeando hacerme daño, yo podría usar el palo como arma de ser necesario. Nos detenemos en un lugar donde hay un círculo dibujado en el piso de tierra de esta bóveda subterránea. Me jala del brazo, me lleva al centro, me quita el palo y dice:

– Para que se haga realidad lo que quieres tienes que hacer esto.

Frota la madera con las manos como cuando se intenta hacer fuego, sólo que abajo sólo está la tierra con un hoyo en el centro. He quedado estupefacto, con la boca abierta, sin parpadear.

– Es lo más estúpido que he escuchado en toda mi vida. Y eso que trabajo en marketing, he escuchado muchas cosas realmente estúpidas.

Como si el brujo me hubiera leído la mente, aunque bien pudo deducirlo también por mi expresión facial, rompe el trance en el que he caído, diciendo con una seguridad envidiable:

– Tienes que creer.

Sus palabras, aunque simples, me han dado en lo más profundo, pues ya hace tiempo creer había dejado de tener sentido para mí, intento hallarle significado a la palabra: Creer; me doy cuenta que es justo lo que extrañaba, dicho en una corta y sencilla frase, al venir camino acá sentado en el autobús perdido entre la nostalgía que me ocasionaba mirar por la ventanilla. Así que le arrebato el palo y aunque me siento en extremo ridículo, ya tenía claro al bajar aquí que la vergüenza y el orgullo se quedarían allá arriba cuando decidí hacerlo. De cualquier forma nadie va enterarse que vine a ver al brujo y no creo que él vaya a decir algo. Dubitativo empiezo a hacer lo que me ha pedido. Pasa un rato y él se ha puesto a hacer otras cosas; me ha dejado aquí con mi "tarea" como si nada, sigo pensando en lo irracional que es esto y cómo es que me he prestado para el juego. De pronto entra y dice:

– Te voy a ayudar un poco, el primer paso es rendirse.

– ¿Rendirse?, ¿a qué?

– A lo irracional –, responde y se marcha.

Sigo con mi actividad, no puedo rendir mi mente por más que lo intente, es como si al procurarlo estuviera haciendo todo lo contrario y soy conciente, así que espero que el cansancio físico sea el que se encargue de la rendición. Después de unas horas, me duelen los brazos, me arden las manos y siento espasmos en las piernas; por fortuna aparece el viejo, y al verme cansado me pide que vaya a dormir a casa y que vuelva mañana. No tengo cabeza para pensar en otra cosa que no sea darme un baño y recostarme en mi confortable cama, como un zombie salgo del lugar, por donde vine, tomo un taxi pues no me siento con la capacidad se soportar el traqueteo del autobús. Así, llego a casa a cumplir con lo planeado.





Al día siguiente, mientras desayuno cereal por la mañana, me pregunto – ¿porqué siento la necesidad de ir a verle? –, hay una especie de cable invisible que me conecta con ese anciano, estoy seguro que él tiene algo que yo quiero pero no sé que es, – ¿cómo habré de obtenerlo si no lo sé? –, es tonto lo que me hace hacer; sin embargo, en realidad no siento estar perdiendo el tiempo. Volveré hoy a ver qué pasa.

He llegado directo al subterráneo, ya no siento necesidad de tomar precauciones, le he preguntado al viejo cual será mi tarea del día de hoy y me ha dicho que la misma. No he quedado muy contento con ello, pero he vuelto a hacerla. Ha pasado un rato, no se si el objetivo sea cavar un agujero profundo en la tierra; interrumpe mis ensoñaciones el viejo con un regaño:

– Lo estas haciendo mal.

Enojado me detengo haciendo la vara a un lado y refunfuñando respondo: – ¿Cómo lo sabe si ni siquiera me está viendo?

– A decir verdad no estaba del todo seguro, pero por tu forma de responder, ahora no me cabe duda. Lo estas haciendo muy mal. Ya es tarde vete a descansar y vuelve mañana –. Responde él.



Hoy no ha sido un buen día, al despertar he visto una imagen de ella en el celular, – "Yoani Rodríguez se ha comprometido con Nicolás Pérez"– , foto de anillo de compromiso y todo, mientras me lavo los dientes para dirigirme a casa del viejo pienso – ¿Cómo ha podido comprometerse tan rápido?, apenas han pasado... – Intento sacar cuentas, ya ha sido casi un año, además es probable que se viera con el fulano desde antes de la ruptura definitiva, aún así, ¿cómo ha podido rehacer su vida tan rapido?, mientras yo sigo estático o mejor dicho deshecho, en peores circunstancias. Siento un hueco en el estómago y náuseas. Creo que no iré a ver al curandero hoy, le he visto durante un mes y mi vida no ha cambiado mucho, mejor me quedaré en cama a que se disipe mi dolor. – No, nada de eso hay que seguir adelante como lo hizo ella –; aunque mi vida sea una caricatura lastimera por ahora el viejo es lo único que tengo, así que me armaré de fuerzas e iré a verle.

Llego a su casa y el me da el palo, entiendo con ello que hoy igual que todos los días la tarea será la misma, antes de dedicarme a ella, le cuento lo que ha pasado, intento razonar con él pues se me quedaron muy presentes las palabras que había dicho recién le conocí acerca de que lo que yo quería se haría realidad si lograba creer. Supongo que me dirá que no creo lo suficiente, qué mal parado estoy, en ese juego del Creer nunca se puede ganar. Al terminar de contarle mi historia al viejo, sólo dice:

– ¡Qué tormentosa es la pasión!, ¿no es así muchacho?

– Bueno y, ¿cómo se harán realidad mis deseos ahora que ella va a casarse con otro? Ya no estoy para nada más en su vida.

Me cuesta decir estas palabras, aún después de un año. Me mira sin decir nada, ¿qué podría decirme?, dudo que comprenda mi problema, sin embargo, actúa como si lo hiciera, como si el que no comprendiera fuera yo. Dejaré la conversación para luego, la aflicción a irrumpido en mi cuerpo y suspiro, mejor me dedico a la tarea.

Suena mi celular, es mi tía, ella nunca llama así que contesto de inmediato, dice que mi madre ha perdido el conocimiento y se la han llevado al hospital; me tiemblan las manos con dificultad soy capaz de sostener el celular en ellas. Le digo alterado al brujo que debo marcharme.

– Escuche, debo ir al hospital, mi madre ha tenido un accidente y debo estar con ella.

– Espera un poco, siéntate, es mejor que primero te calmes.

Sus palabras se escuchan distantes aunque le veo cerca, busco la salida pero no la encuentro, muevo desesperado la cabeza mirando a todos lados para salir lo más aprisa.

– No te puedes ir así –, dice el brujo el tono más alto y firme.

El corazón me palpita como nunca antes, no encuentro la salida, de pronto, un apagón, no logro ver nada, de repente puedo ver la luz de un cerillo encendido, es el viejo que se ha dispuesto a prender una vela, la coloca en el centro una mesa; pese a la vela no me es posible vislumbrar la salida. Enojado y desesperado le digo al curandero:

– Déjame salir, más vale que me dejes salir.

Emite una sonrisa con cierto aire de burla victoriosa.

– ¿Has sido tú quién ha apagado las luces?, maldito viejo estúpido no estoy ahora para tus juegos – . Le tomo del cuello y le grito encolerizado: – ¿Te sientes muy gracioso no? –; esta vez además de jalarle del cuello lo amenazo tomando el palo con la otra mano acercándoselo a la cara en señal de advertencia, nada me impedirá usarlo si no me deja salir. Vuelve a sonar el celular, volteo a ver la pantalla, es una llamada de mi tía, no puedo contestarle pues tengo agarrado al viejo, mi madre me necesita, no puedo pensar, miro de nuevo al viejo y este continúa en su papel retador:

– ¿Qué harás? –, insinuando que no me cree capaz de cumplir con mi amenza o que no le importa.

Me hierve la sangre, cierro los ojos y lo hago, lo hago, le doy un palazo en la cabeza al estúpido viejo para que sepa de una vez por todas que esto va en serio. Un instante después, estoy atónito, nunca había golpeado a alguien, nunca me creí capaz, menos a un anciado sin fuerzas. Él me observa también desconcertado, tampoco se esperaba que yo le pegara. Vuelven las luces, se lleva la mano a la herida y toca la sangre que le escurre de ella. Le observo directo a los ojos, tratando de prever cual será su reacción, ahí está el devolviendome la mirada también, sus ojos están lacrimosos, llenos de triste desilusión, por fin, veo en ellos mi reflejo, y le reconozco, me reconozco en ese cuerpo maltratado; él se ha dado cuenta que ahora lo sé y en voz baja entrecortada dice:

– Siempre he estado, estoy y estaré de tu lado, es mi deber, todo este tiempo lo único que he querido para contigo es ayudarte. ¿Porqué lo has hecho tan compliado?

Pasan por mi mente en segundos recuerdos de toda mi vida. Es verdad lo que dice, siempre ha estado ahí; siento lástima por él, al verle aquí enclaustrado, esforzándose para que yo le escuche, pero sobre todo siento lástima de mí, de todo lo que me he perdido al ignorarle, no he hecho más que menospreciarlo y tratarlo con desdén. Lo suelto despacio del cuello, me siento en una silla y no puedo contener el llanto al revivir en la memoria las veces que pretendí querer algo cuando no lo hacía; por todas las veces que dije no cuando me moría de ganas por hacerlo, ambas por cobarde. Esta vez es muy diferente a otras veces a las que lloré, no es el típico berrinche de un niño por no obtener lo que quiere, sino de aquel que ve por primera vez lo que nunca quiso ver y se sabe culpable de ello; que reconoce que todo este tiempo la condena en la que ha vivido ha sido autoimpuesta por él mismo; siento como se me desgarran los intestinos al darme cuenta de los momentos que he perdido y las lágrimas no cesan, pues no son de hoy, las he estado guardando toda la vida. Pone el curandero su mano sobre mi cabeza intentando reconfortarme, aún con la herida expuesta se compadece de mí, pues sabe que a él le sangra la cabeza pero a mi me ha estado sangrando durante mucho tiempo el alma.

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