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¿Dónde está el oro? (1/3)

"Sin embargo, la esfera más importante del dar no es la de las cosas materiales, sino el dominio de lo específicamente humano. ¿Qué le da una persona a otra? Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida."

El arte de amar. Erich Fromm


I. Daren

Daren era un tipo que por su aspecto físico destacaba de sobremanera en el barrio donde vivíamos. Procedía de un país caribeño, Jamaica sino mal recuerdo; había viajado con sus padres a México siendo él muy pequeño. De niña me intrigaba el oscuro color de su piel, ocasionalmente ponía mi manita en su antebrazo porque me gustaba ver el contraste. Era muy alto, a manera de juego me cargaba y me lanzaba en el aire; yo me reía por los puros nervios, en realidad me provocaba nauseas que hiciera eso pero nunca se lo dije. Además de su apariencia, era un tipo excéntrico, podría decir que ha sido la persona más excéntrica que he conocido hasta ahora. Hablaba perfectamente español, sin embargo, incluía todo tipo de modismos mexicanos en su hablar, y pese a eso se le notaba un acento diferente, en aquel momento no sabía porque hablaba raro pero todo era diferente en él así que era de esperarse; ahora creo que eran vestigios del acento de sus padres que no hablarían español supongo; cuando yo lo conocí, o más bien cuando fuí consciente de que le conocía, sus padres ya habían fallecido. Daren habría tenido 25 años quizás, yo tenía 5. Nunca supe más de su cultura o su historia. Lo que más llamaba mi atención de su comportamiento era que siempre parecía andar despreocupado, incluso su andar era ágil y ligero como las hojas cuando cuando se liberan de sus ramas y se dejan llevar por el viento.

La colonia donde vivíamos era un lugar humilde, las casas eran de madera vieja y cartón, casi todas tenían hoyos que debíamos cubrir cuando hacía frío. Tuvimos la suerte de que Daren fuera nuestro vecino, él vivía en una casita similar a la nuestra; por su altura a veces mis papas le pedían apoyo con las reparaciones de la casa, sobre todo, cuando el viento rompía y se llevaba volando algún pedazo del techo. A cambio de su ayuda le invitaban a comer, sin importar qué lugar ocupara en la mesa era inevitable para mí dejar de observarlo. No sé, quizás fue mi primer crush en la vida, no estoy segura porque en ese momento ni siquiera sabía lo que eso significaba, de lo que sí estoy segura es de que su existencia me hacía sentir compañía porque aunque mi fisonomía no tenía nada de peculiar, por dentro ya me sentía rara e incomprendida, justo como la extrañeza que yo en él veía.

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