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¿Dónde está el oro? (3/3)

"Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía..."

Las enseñanzas de Don Juan. Carlos Castañeda.


III. Oro puro

Las siguientes tres noches no pude dormir, tuve crisis de ansiedad, mi segunda crisis creo. La primera, o la primera que recuerdo, había sido meses antes cuando unos gatos en celo se metieron por la ventana en plena madrugada y me rasguñaron la cara, soñé varios días con esos desdichados gatos, sin embargo, con lo de Daren fue peor pues me sentía culpable. Apenas amanecía salía al patio a ver si escuchaba algún ruido proveniente de su casa. Hasta que, después de la tercera noche, cuando ya tenía menos esperanzas, un sonido como de cacerolas se oyó de ese rumbo. Lo ví entonces salir a su patio, cargaba unos trastes para lavar, tan feliz como si nada hubiera pasado. Fue como un milagro, llegué a cuestionarme: ¿será que aún estoy dormida? Poco después salió mi papá. - ¡Ey Daren! ¿Dónde chingados te metiste cabrón? - Le gritó desde nuestra casa. Daren contestó también a gritos algo así como: - Ya volví Don Javier. Don't worry -. Con una sonrisa de oreja a oreja.
- Ves mija te dije que todo estaba bien -. Me susurró mi papá mientras entrábamos de nuevo a la casa. Fue por el sax y se lo pasó por la cerca que dividía nuestros patios.
- Aquí está tu chingadera esta. No vuelvas a desaparecer así cabrón, yo sé que no somos tu familia Daren; no nos debes explicaciones, pero te queremos y nos preocupamos, hasta los chiquillos se llevaron un susto -. Dijo mi papá ya con un aire más serio.
- No se preocupe, no lo vuelvo hacer. Gracias -. Respondió tomando el sax.
- ¿Todo bien? -. Le preguntó por último mi papá.
- Todo bien, Don Javier, de verdad.

Ese día volví a ir a jugar a los baldíos, mientras Daren no aparecía, había dejado de ir porque sólo pasar por allí me producía una sensación de vacío en el estómago. Pero ya todo había vuelto a la normalidad y me sentí aliviada. Me entretenía lanzando piedritas a un charco cuando pasó Daren y se detuvo a jugar fútbol un rato con los chicos. Al terminar el partido nos llamó a todos. - Les daré un obsequio -. Dijo. Sacó de su mochila varias monedas doradas, nos entregó una a cada uno. La moneda era hermosa, brillante a la luz, pulida y pesada. Me fui a casa y mostré emocionada el obsequio a mis papás durante la cena.
- ¿De dónde sacaste eso? - Preguntó mi papá.
- Me lo regaló Daren, nos regaló una a cada uno de los que jugamos hoy por la tarde en los baldíos.
- A ver déjame verlo.
Mi papá examinó la moneda, intentó doblarla y encajarle los dientes. Yo estaba angustiada no quería que la dañara estaba tan bonita, quería conservarla. Finalmente después del rudo examen me la devolvió.
- Déjala en casa. Está muy bien hecha, hasta parece de oro, no sea que alguien vaya a querer robártela creyendo que si lo es.

Esa tarde de vuelta de los baldíos, varios vecinos hablaban con Daren en su patio, se escuchaban molestos, me pareció extraño pero sin importancia. Al otro día encontramos a esos mismos vecinos segando la hierba con machetes y palas del baldío donde Daren se había perdido. Nunca había visto que cortaran la maleza de ese lugar. De repente vimos saltar una rana y correr a varias lagartijas, mas tarde una víbora intentó huir, pero uno de ellos le dió de machetazos y quedó allí partida en pedazos. Dejaron todo super limpio, todos los niños observábamos, ese lugar siempre había sido una fuente de misterio para nosotros. Poco a poco se fue descubriendo una depresión como de tres personas acostadas de largo y ancho, bajaron y limpiaron esa parte también, salieron más lagartijas, cargada a un costado del hueco había una grieta, profunda y oscura. - Aquí debe ser -. Sentenció uno de los vecinos y le pidió a otro que trajera una linterna y cuerdas. Otro arrojó una piedra que no se escuchó caer. El más delgado y chaparro tomó la linterna que trajeron y se amarró a la cuerda; lo fueron bajando poco a poco. - ¿Ves algo? - Le gritaban cada tramo que soltaban de la cuerda. Así estuvieron toda la tarde. Al otro día cuando llegamos después de la escuela a jugar, ellos ya estaban ahí, haciendo exactamente lo mismo.

Otra vez, de vuelta, los vecinos hablaban con Daren - ¿Lo sacaste todo verdad? - Alcancé a escuchar que uno le gritó mientras le jaloneaba. Recién había entrado en casa cuando empezamos a escuchar barullo como de pleito. Entonces salió mi papá y Daren estaba en el suelo, los vecinos le pateaban.
- ¡Eeeh qué pasa! Gritó mi papá desde el patio de nuestra casa.
- Este pinche negro que no nos quiere decir de dónde sacó el oro. Pero nosotros se lo vamos a sacar a putazos.
- ¡Bueno ya dejénlo! Gritó otro vecino que al igual que mi papá salió al oir el ruido.
Mi mamá se escabulló por la puerta de atrás, supongo que para ir con la vecina que tenía teléfono y marcar a la policia, porque al poco rato se vió venir a lo lejos una patrulla; cuando la vieron los golpeadores le dejaron ahí tirado y se dispersaron a sus casas. Daren se cambió la ropa sucia, tomó su sax y se fue a tocar.

Él siempre regresaba muy tarde, yo nunca le había visto llegar por más tarde que me acostara a dormir. Esa noche mi papá nos despertó en plena madrugada, salió de volada y le encargó a mi mamá que guardara nuestras cosas importantes en una maleta. Yo aún somnolienta me asomé por la ventana y entonces ví la casa de Daren en llamas, varias personas echábanle desesperadamente agua. Lo ví venir a lo lejos, como una silueta sobre la calle vacía. Daren corrió hacía su casa pero ya no quedaba nada, se sentó en el suelo mirando el humo y los restos que lo que había consumido el fuego, después se recostó sobre el pavimento a mirar las estrellas mientras su respiración iba pasando de la agitación al sosiego. Mi papá se acercó a él. - Daren, ven mijo quédate en la casa -, mi mamá le sirvió un vaso de agua y le ofreció un pedazo de pan. Él estuvo pensativo en la mesa un rato. - No me puedo quedar Don Javier y usted tampoco debería quedarse, sacó una bolsa de su mochila con muchas monedas como la que me había dado.
- Tome, llévese a su familia de aquí, ya ve este no es un buen vecindario y la gente sabe que le estimo, mañana que yo no esté quizás empezaran a preguntarle a usted sobre el oro.
- ¿De dónde lo sacaste Daren?
- Me lo he ganado Don Javier, con mucha paciencia, mucho dolor y mucho esfuerzo. Legalmente si es eso lo que le preocupa.
- Bueno pues, es tuyo, gracias por la oferta pero no puedo tomarlo.
- No se preocupe, yo sabré ganar más, no lo acepte por usted sino por su familia, los dos sabemos que en verdad es lo que mas le conviene -. Entonces se levantó dejando todo, su mochila inclusive el sax, se despidió de mí alborotando con su mano mi cabello y salió de la casa. Los tres salimos a verle ir por la calle en la madrugada sin nada más que la ropa que llevaba puesta.

Nunca supimos, si el oro lo había sacado de la grieta del baldío. Algunas veces cuando voy a cenar con mis papás conjeturamos a manera de soltar la imaginación cómo podría haberlo obtenido. Esa noche nos fuimos poco después que él con las maletas que ya había preparado mi mamá. El oro que nos había regalado no era mucho, pero fue lo suficiente para empezar una nueva vida. A mí, más fuerte que el deslumbre del oro me quedó una impresión aguda en el ser, más o menos en palabras la describiría de esta manera: Verle partir sin nada, únicamente con la convicción de que solo con él mismo se bastaba; resultó en un anhelo de libertad que no puedo eludir, y cuando me pierdo me pasa que, empieza a emanar de mis entrañas una especie de sustancia que me reorienta a buscar esa sensación de plenitud que se instaló en mi mente desde aquel día. Más que como un recuerdo, se siente como una orden que algún día espero cumplir.

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