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Prisioneros

"¿Acaso no somos todos prisioneros?"

La señora Dalloway. Virginia Woolf


¡Cómo me gustarían unas vacaciones! Pensaba tirada en el sillón una tarde en pleno Domingo. Ensoñé cómo deberían ser unas vacaciones para que me proporcionaran el descanso que tanto añoraba. Me imaginaba en un montón de lugares haciendo diferentes cosas: en Cancún enterrando mis pies en la arena, pero ha decir verdad no es que me encante la playa; en el Tajín caminando entre las pirámides en ruinas, pero, ¡qué estrés y cansancio viajar por carretera! En Chiapas, recorriendo selvas y pantanos sobre una lancha, ni siquiera sé por qué se me ocurrió eso si les tengo pavor a los cocodrilos. En fin, la verdad es que en ningún lugar de los que invocaba mi mente me visualizaba realmente complacida. !Assssh unas vacaciones de mí misma es lo que yo necesito! Y jalé mis mejillas hacía abajo como lo hace el sujeto en "El grito" de Munch. Estaba tan harta de estar conmigo, de ser yo. Prisionera de mí o mas bien del personaje que me había inventado que era yo.


Hace poco en una conferencia me voy enterando que eso que sentía tiene nombre: vacío identitario, dijo la expositora. Y según le entendí se da cuando el espacio entre quién soy en realidad y quién aparento ser se hace muy grande. El mío era enorme. Y es que para agradar a mi familia, conservar amigos, ser aceptada en el entorno social, hacía un considerable esfuerzo para intentar encajar con lo que esperaban de mí. Y al final del día, de cualquier forma el esfuerzo no me alcanzaba para cumplir con sus expectativas. No lo puedo firmar con sangre, pero ahora siendo honesta, no creo que haya valido la pena el esfuerzo, igual siendo lo que uno es encuentras personas a las cuales les gustan tus colores, personas más afines que se quedan a tu lado. Quizás sean pocas, pero en lugar de gastar las energías, en complacer a muchos, las gasto ahora en amar a pocos.


Y ¿cómo se deja de ser lo que uno cree que es y no es? No sé si aplique la misma receta para todos, en mi caso tuve que hacer un difícil trabajo de reflexión. Empecé a aceptar que algunas veces experimento sentimientos desagradables como miedo, ira, envidia, vergüenza, etc. A reconocer que esos sentimientos tienen un propósito y en el camino de entender qué me estaban diciendo de mi esas emociones aceptar que a algunas personas no les gustarán mis cambios. Duele porque algunas resultan ser de las personas que mas quieres. Después de ese duro trabajo, que tuvo altas y bajas, le abrí la puerta a esa parte de mi esencia que estaba cautiva, y con todo el temor del mundo de que la dañaran porque siempre me había parecido débil, la deje libre. Y ¡Oh sorpresa! esa parte de mi no era tan débil cómo creí, al contrario venía acompañada de una fuerza resiliente que me hace sentir orgullosa. El vacío se ha hecho más pequeño y soy más feliz, y más aún porque sé que esa felicidad nace de mí.

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